Clara Carvajal, Tableau Vivant, Espacio Valverde, Madrid.
El título que Clara Carvajal (Madrid, 1970) ha elegido para esta exposición resulta muy afortunado, pues se trata, en efecto, de la “representación” de un cuadro famosísimo de la Historia del Arte (es decir: su estudio, análisis, deconstrucción y alteración de la sintaxis formal de la obra) a partir de las dinámicas de nuestra propia contemporaneidad. Y más correcto sería quizá hablar de “activación”, término más cercano a lo que la artista de hecho ha pretendido y realizado, por delante dicho término al de “representación”, pero sin olvidar, naturalmente, la dimensión escénica, teatral y operística, del cuadro en cuestión, que ya era en origen un “tableau vivant” (si bien con muertos y moribundos), al menos como punto de arranque e inspiración para lo que, muchos años después, en cine, teatro y balé, entendemos por “tableaux vivants”. ¿Y la pintura en cuestión? Pues ni más ni menos que “La balsa de la Medusa”, pintada por Théodore Géricault en la fase inicial del romanticismo, entre 1818 y 1819, el mismo año que Beethoven, y el dato no es en absoluto gratuito, inicia la composición de su 9ª Sinfonía, que pudo acabar seis años después. No resulta injustificada la referencia a la Sinfonía Coral del genio alemán porque solo unos años después de crearse tan inmensa pintura otro genio, Charles Baudelaire, escribió un poema que titulado “La Música” (forma parte de “Las Flores del mal”) parece una transcripción en poesía de “La balsa de Medusa”, pintura que es de suponer contempló muchas veces a lo largo de su vida. Lo podemos comprobar en la siguiente estrofa del poema (cito de memoria): “Siento vibrar en mí todas las pasiones. De un navío que sufre; la tempestad y sus convulsiones”.
Podemos pensar que todas las obras presentadas por Clara Carvajal en el espacio de la galería -y que en su totalidad es dable entender como la instalación y activación del interés concreto de su hacedora por una creación artística ya existente- son diversos “modos de representación” cuando la práctica en arte se manifiesta, y eso es en esencia “Tableau Vivant”, desde la más profunda admiración por una concreta pintura del pasado, y desde el misterio que rodea esa admiración. Modos de representación que han sido realizados por medio del sistema, tan poco utilizado en la actualidad, como es la xilografía sobre papel, técnica antiquísima de origen oriental que tuvo su canto de cisne en algunos momentos de las vanguardias del siglo XX, sobre todo en Centroeuropa. Modos de representación que han sido divididos y estructurados en diferentes planos pictóricos de diversas medidas, y siguiendo el minucioso estudio de la compleja composición de “La balsa de la Medusa” y los personajes que en ella se encuentran. Pero hay algo muy valioso en esta “representación” que se replica a sí misma, y es el nivel de abstracción que la artista introduce en la narrativa de la pintura de Géricault, como si hicieran suyas las palabras del historiador Roberto Longhi cuando afirmaba que “la pintura no es un libro que haya que leer, sino una tela que hemos de contemplar”. Frase muy moderna que avanza una consideración “conceptual” de la pintura, máxime si pensamos que fue escrita por un joven profesor de 24 años ¡y en 1914! Clara Carvajal ha “anulado”, se puede decir, la cualidad narrativa del cuadro, si bien manteniendo la “representación” del hecho como si fueran secuencias y escenas de una película, siendo lo que el espectador contempla el montaje final de esa compleja división, y el resultado de todo ello es una narrativa de la pura visualidad independizada del relato original, pero manteniendo, eso sí, una dependencia afectiva, sentimental y admirativa, hacia el impresionante y enorme cuadro de Géricault (mide casi cinco metros por siete).
Por supuesto, esta exposición es un discurso pictórico, orgullosamente pictórico, pero la inteligencia artística de Clara Carvajal va mucho más allá de esta noble condición. Diríamos que “Tableau Vivant” es una “mise en abyme” que plantea la cuestión de cómo se mezclan en toda representación lo inteligible de su acción, y lo que excede, amenaza o socaba esa inteligibilidad. Cómo se filtra, en definitiva, la ordenación del código (“La tabla de la Medusa” lo es desde su poder artístico e histórico) junto a la acción perturbadora del deseo cuando se quiere trabajar sobre ese código sancionado por la Historia. O expresado de diversa manera: en arte toda interrogación o cuestionamiento apunta a la presencia de algo que no es lenguaje, pero está dentro del mismo lenguaje. Esa misteriosa presencia ¿podrán ser los volubles y cambiantes significantes cuando ellos mismos se auto presentan como “tableaux vivants”? Como dijo Artaud: “La vida es ese centro frágil e inquieto que las formas no alcanzan”. Una exposición esta de Clara Carvajal muy inteligente de concepto e idea, y muy atractiva y sugerente desde la fuerza de su presencia visual.
Luis Francisco Pérez
Fotografía © Roberto Ruiz